El día que dejé de ser un wantepreneur

Durante muchos años tuve varias ideas de negocios, muy probablemente ninguna tan maravillosa como la que tienes tú. Tenía el conocimiento tecnológico adecuado y algunos contactos en los lugares indicados como para obtener fondos y recursos cuando los necesitase. Sin embargo, jamás hice lo suficiente para que esos proyectos despegaran. Me convertí, sin darme cuenta en un “wantepreneur”.

Un wantepreneur, es esa persona que dice que está haciendo muchas cosas y muchos proyectos, habla de tracción, ideas disruptivas, pivotes y tantas palabrejas más que hasta te convence que le sabe. La diferencia con los entrepreneurs (o emprendedores) es muy simple: los wantepreneurs siempre lo dejan en palabras.

Ahora, me he dado cuenta que hay una gran cantidad de wantepreneurs por todos lados. Muchos de ellos no somos conscientes de que estamos en esa situación. Así como con el efecto Dunning-Kruger  (que es cuando una persona poco competente, cree e indica que es mucho más inteligente de lo que realmente es), nos hacemos así. Creemos que por seguir leyendo a Eric Ries y hablando de Kanbans y ecosistemas de negocio incrementaremos el valor de nuestro proyecto.

Casi siempre, todos los wantepreneurs nos enfrentamos a algunos problemas muy concretos (por los que pasamos todos los que decidimos emprender):

 

  1. Procrastinación. El primer paso para comenzar un negocio, es realmente… empezar un negocio. Si no actúas en realizar tu idea hoy, alguien más seguramente la está pensando del otro lado del mundo. Y lo peor de todo, es que ganará mercado antes que tú.
    La ventaja es que ninguna idea de negocio tiene el suficiente valor hasta que es ejecutada. Así que si quieres emprender, hazlo ahora. Ya ponte a trabajar. Recuerda que no debes matarte trabajando, disfruta el camino. Dicen que por cada dos minutos de trabajo REAL puedes tomarte cinco de descanso. Aunque suena poco eficaz, funciona para mucha gente ¿por qué? Porque genera momentum, agarras vuelo y comienzas a ver progresos. Llegando a este punto, entras en un estado denominado flow y ahí sí, ni te acordarás de tomar esos cinco minutos. Estás tan concentrado que no te darás cuenta del tiempo (y de lo cansado que estás) hasta que terminas.

 

  1. No tener la “gran idea”. La presión social de nuestro entorno es grandísima, desde los que nos preguntan si estamos haciendo el nuevo Google hasta los que nos dicen que deberíamos encontrar un trabajo de verdad y no estar “jugando” a los negocitos. Por esto, nos preocupa tanto que nuestra idea sea tan buena. O en muchos casos, queremos emprender pero no se nos ocurre ninguna idea… todos hemos pasado por ahí, no te preocupes, ya tendrás alguna.
    Muchos nos quedamos atorados aquí, porque tenemos muchas ideas, pero como “no son el nuevo Google” decidimos dejarla pasar y nos obsesionamos con pensar hasta que nos llegue LA idea.
    La verdad es que no necesitas una idea extraordinaria para emprender, es más que suficiente que veas un problema que puedas resolver de una mejor manera. Arma un prototipo y aviéntaselo a la gente (no tan literal), con eso podrás ir mejorando o cambiar de enfoque. Teniendo una retroalimentación real. Vamos, esos famosos pivotes.

 

  1. Miedo al fracaso. Sentimos que si fallamos, decepcionaremos a la gente y ya no seremos dignos, nadie nos querrá hablar o peor aún invertir nunca. Así que mejor tratamos de aplazar las decisiones difíciles o demasiado grandes para no llegar a ese punto.
    Una realidad casi absoluta es que si decides emprender, vas a fallar. Debemos cambiar nuestra mentalidad de que fallar es malo, cuando muchas veces es la mejor manera que tenemos para aprender y seguir adelante. Además, prácticamente nadie recuerda los fracasos, por lo que ¿realmente nos tendría que preocupar algo de lo que no se acordarán?

 

  1. Miedo al éxito. Algo contra intuitivo quizá, pero muchos de nosotros tenemos miedo a brillar y ser excepcionales. Nos asusta tanto el triunfar que preferimos sabotearnos y buscamos mil excusas o “señales del universo” para no aventarnos.
    Esto tiene una razón de ser, fisiológicamente muchas reacciones al estrés se llegan a parecer a las de la emoción. Aunado a nuestra gran capacidad de anclarnos al pasado y a nuestras experiencias dolorosas, buscamos evitar los disparadores de esas reacciones las cuales incluyen precisamente las de entusiasmarnos.
    Recuerda que parte de emprender es no mezclarse con el entorno y ser diferente. Mentalizarnos para esto cuesta trabajo y llega a dar miedo. Sin embargo, ten siempre presente la meta por la que haces tú proyecto. Piensa en la cantidad de cambio que puedes generar y en que puedes realizar grandes cosas un paso a la vez.

 

  1. Falta de capital. Uno de los más grandes dolores de cabeza de todos y cada uno de los emprendedores. ¿Cómo voy a fondear mi proyecto? Quieres entrar a un concurso y te preocupa que a los jueces no les convenza, los bancos no te quieren porque no tienes historial y un sinfín de complicaciones más. La realidad es que si no lo tienes, ni te preocupes. Ya debes tener suficientes (pre)ocupaciones.
    Trata de buscar una manera de crear una estrategia de arranque, junta algo de dinero con ayuda de tus familiares y amigos. Hay muchas maneras de obtener dinero, sólo recuerda que no debes estar jugando con ellos y podrías dañar la relación que tienes. (Si tu proyecto es un servicio, antes de buscar dinero: ¡encuentra a tu cliente!).
    Ya teniendo algo más armado, es más sencillo ir a buscar inversionistas o quizá, directamente a (más) clientes.

 

  1. Verdadera motivación. Encontrar algo que te apasiona y que pudieras vivir haciendo eso, aun cuando no cobraras ni un centavo, es complicado. Además de ser bastante irreal, pero cuando tu pasión es el motor de tu proyecto, las cosas se vuelven un poquito más sencillas. El problema que tenemos muchos, es que no sabemos identificar qué es lo que queremos.
    Si tu objetivo es –sólo– hacer dinero, tu proyecto va a fracasar. Prácticamente un hecho. Si, podrás hacer algo de dinero a corto plazo. ¿Y después? No habrá que te motive cuando las cosas se pongan complicadas. Creo firmemente que nuestros objetivos deben ir más allá de números de dinero y de clientes. Hablamos de crear valor, beneficios reales y que cambian entornos y vidas.
    Es este tipo de motivación el que mueve proyectos y ayuda a alcanzar el éxito. Si no estás completamente convencido de que lo que estás haciendo va a cambiar vidas, tus clientes tampoco lo van a creer.

 

Después de un gran tiempo, pude ver que dar el brinco de wantepreneur a un emprendedor no es tan complicado, pero si requiere trabajo y esfuerzo. Tener una meta muy clara y estableciendo los pasos que quieres tomar es sólo la mitad del camino. La parte divertida comienza cuando decides dar el primer paso.

Hoy he decido que ya no soy un wantepreneur. ¿Y tú?

Photo credit: Xenomurphy / CC BY-NC-ND